domingo, 26 de diciembre de 2010

Una historia de juguetes.

Las olas lucían apacibles aquel buen día de diciembre, pese a que era invierno, podía percibirse una reconfortante calidez que hacía imaginar que el invierno tenia alma de verano, las villancicos estaban próximos a escucharse y los niños comenzaban a alborotarse, el aroma a pino se percibía en el ambiente, y justamente esa mañana podían escucharse leves golpes dentro de una caja de cartón abandonada frente a una casa de clase media, en ella se escuchaban ligeros murmullos ¿Qué seria? Nada más, ni nada menos que unos revoltosos juguetes, esperando con cuantiosa paciencia al niño o niña que les adoptaría y jugaría con ellos, estos juguetes rebosaban de felicidad y buenos recuerdos de sus antiguos dueños, estos eran muy muy viejos, quizás del siglo pasado, pero no eran cualquier clase de juguetes, estos poseían el don de la vida, pero con la condición de solo usar este don cuando nadie los viese, así no se causarían una sorpresa inesperada ni alterarían lo que se toma por realidad, y esos juguetes accedían gustosos a seguir esta regla sin reproche alguno.

–¿ya llegamos?- dijo animoso Yacambú, expresando el júbilo que sentía, Yacambú era un títere de madera, había sido traído desde Venezuela muchos años atrás, y peculiarmente este estaba completamente en blanco, solo podían observarse sus ojos de botón y la pintura del resto de su cuerpo, ya dejando ver la madera bajo de esta debido al paso de los años. – ¡no aun no! – Dijo Michelle ya un poco desesperada, ella era una muñeca de trapo de cabellos rojos y ojos negros, tenía un vestido blanco y antiguo, chapas rojas en las mejillas y una gran sonrisa, - pero ya no nos movemos – respondió Yacambú, - creo que tiene razón, ya no nos movemos, ¡hemos llegado ya! – era Abejin, él era una abeja de peluche de grandes ojos saltones, color negro y amarillo como las abejas de verdad, -shh esperen creo que viene alguien- susurro Yacambú, los tres juguetes de antaño sintieron como levantaron la caja de cartón, emocionados estuvieron a punto de gritar, pero prudentemente contuvieron sus ánimos, cautelosamente intentaban ver por algún orificio de la caja, pero les resulto imposible, la caja se movía de lado a lado, subían de arriba abajo, -estamos subiendo unas escaleras- pensó Abejin, escucharon unas voces inaudibles para ellos, murmuraban cosas que no podían entender, quizás eran indicaciones, era lo más coherente, aunque la expresión de Michelle se tornaba reflexiva, Yacambú se preguntó porque, pero esta duda se desvaneció cuando súbitamente los juguetes volvieron a su estado inanimado al ser soltados sobre un suelo de madera. No había nadie en esa habitación, no había ningún niño que esperase su llegada emocionado, balbuceando las mil y un ideas en las que podría jugar, personalmente Yacambú decía admirar la imaginación de los niños, aunque este se lo decía a Abejin, pero no le comprendía, y cuando se lo decía a Michelle esta no le prestaba atención alguna, -¿dónde está el niño?- pregunto Abejin observando todo el lugar, -quizás no se encuentra en casa, y llegue más tarde- le respondió amablemente Michelle, Yacambú se limitaba a hablar, en realidad no tenía animo alguno de sacar alguna conclusión, o de persuadir a Michelle de alguna de sus ideas soñadoras, prefería distanciarse por un momento para así encontrar la respuesta de sus extraños ánimos, ya tenía lo que con tanto fervor deseaba durante los años de abandono ¿Por qué esa sensación? ¿Será quizás el ambiente?, no es demasiado agradable para el –es- susurro –el simple hecho de la ausencia de nuestro nuevo niño- dijo Yacambú sin saber que simplemente se estaba engañando a sí mismo. Esa noche no sucedería nada más, no les restaba más que dormir, por ahora, no hay nada más que intentar saber e indagar, aquellos que cobran la vida misteriosa, la belleza compleja, deberán morir una vez, ya nacerán al día siguiente.

-¡ya es navidad!- grito Abejin emocionado, hecho que despertó a Yacambú compartiendo la felicidad que sentía, Michelle, también alegre se despertó con pereza, pero en ese instante escucharon pasos que se aproximaban. – ¡alguien se acerca!- grito alarmada Michelle-, a lo que los juguetes se quedaron inmóviles por inercia, pero los ojos de Yacambú seguían alertas, no podía evitar estar vivo para ver al infante que tanto habían deseado, quería que jugasen con ellos, y así, su mágica existencia tendría algún sentido, el momento esperado por los tres juguetes de ébano, su razón de vivir, entonces, ¡se abrió la puerta de golpe!, y entro una bella niña con un conejo de peluche en mano, su cabello castaño estaba recogido por una coleta, ojos de un café fulminante, sus facciones eran típicas españolas, no tenía nada en particular, si no la belleza que todos los niños poseen, esa atracción tierna que despiden cada uno de ellos, con sus acciones y ocurrencias. La pitusa de ojos negros aventó el conejo hacia su cama, distraída completamente, quizás algo aguardaba más importante que sus viejos juguetes, pero antes de cerrar la puerta, se detuvo súbitamente, y dirigió su mirada hacia sus tres nuevos y desconocidos juguetes, más específicamente al títere latino, se quedó quieta por unos instantes observándole detenidamente desde los escasos dos metros en el cual se encontraba… se acercó al estante…, y tomo al monigote por el torso observando directamente sus ojos de botón, Yacambú por su parte se quedó embebido en su fulminante mirada, con la mente en blanco, después de unos instantes, escuchosé un grito -¡Andreina!-, aulló una voz seca de un hombre maduro, de manera lenta y delicada, la niña dejo a Yacambú en el estante de pintos colores en el que yacía, Yacambú no podía dejar de verle a los ojos, Andreina le sonrió, y exclamo en una voz suave, sin dejar de sonreír, –ayúdame-, lentamente salió por la puerta, dejándola entreabierta, y sus pasos dejaron de escucharse lentamente, hasta quedar en silencio.

Andreina… recitaba el títere, una y otra vez, en voz baja, -es realmente hermosa- dijo Michelle impresionada, mientras se acercaba lentamente a Yacambú, -¿pero qué hay del nuevo?- enuncio Abejin intentando subir a la cama donde se encontraba el conejo de peluche, los tres reaccionaron percatándose de que había un cuarto juguete aguardándolos en la cima, así que, con trabajos escalaron la cama ayudándose mutuamente, hasta que al fin llegaron, fue entonces cuando una ráfaga de viento irrumpió sin permiso alguno, era tan fuerte como el del tercer círculo infernal, la lluvia eterna, y acompañado de esta, entro aleteando sin problema alguno una descarada mariposa negra, que se posó en una esquina de la habitación, sus alas parecían tener ojos que les observan fijamente, era inquietante, a lo que los juguetes sintieron un escalofrió de muerte, pero esta mariposa, solo se quedó ahí sin hacer nada más, a lo que se sintieron más tranquilos, pese a que dentro de sí sentían unos nervios escalofriantes. -¡Hola!- exclamo Abejin lleno de júbilo hacia el conejo blanco, pero este solo se quedó sonriendo y observando el techo, -nosotros somos juguetes nuevos, ¿Cuánto tiempo llevas con la niña?- pero el pálido peluche seguía con la mirada fija en el techo, Yacambú se limitó a proferir alguna frase, solo miraba fijamente al conejo que reposaba frente a él, como si estuviera… -muerto- dijo inexpresiva la mariposa que les observa con sus alas –ese conejo esta tan muerto como ustedes querrán- Yacambú estaba aterrado, y espero a que Michelle o Abejin le respondieron algo a la prepotente mariposa, pero pareciera que estos no la escuchaban, al instante comprendió que ese insecto poseía un aterrador misticismo y solo lo escuchaba el, sus colegas intentaban despertar al conejo, pero no presto atención a lo que ellas decían, todo su mundo estaba centrado a la mariposa, inmóvil, sin expresión, ya sin decir nada, observando el desenlace que ya conocía, riéndose entre dientes.

Pasaron varios meses, y Andreina apenas y tocaba sus juguetes, el tiempo era un factor irritante, ¿es que serían desperdiciados una vez más?, mientras la mariposa seguía varada en la misma esquina observándoles, Michelle y Abejin aun intentaban despertar al conejo de peluche, y Yacambú, por su parte, no podía sacarse de la cabeza las palabras de la mariposa, ¿a qué se refería? Pero tampoco podía dejar de pensar en Andreina, en la única palabra que escuchó enunciar de sus labios ¨ayúdame¨, sabía que algo quería decir, así que después de un tiempo decidió averiguar el misterio que encalla esta historia.

Esa noche, Yacambú estuvo al asecho, y esperó a que sus colegas se durmiesen para así poder salir sin que sus amigos se preocuparan, de un brinco bajo del estante, y retadoramente fijo sus ojos de botón en la aterradora mariposa que trajo el frio viento, como era costumbre la puerta se encontraba entreabierta, y esta hendidura que había entre la puerta y la pared dejaba entrar una pequeña luz que alumbraba el camino del títere blanco, a peso lento fue acercándose a la puerta, pero justamente cuando se disponía a poner un pie fuera de la habitación, un pequeño zapato (grande para el) se paró frente a su camino, y en reacción este pego su cuerpo contra la pared para que no lo viesen, era Andreina que estaba a punto de dormir, pero cuando la infante se disponía a entrar a su habitación, dio media vuelta y se dirigió hacia otro sitio. La mariposa rio a carcajadas, lo que causo la cólera de Yacambú y sin reflexionar lo que hacía, siguió cautelosamente los pasos de la pequeña Andreina, que entro a otra habitación distante, pero justamente a punto de llegar a mitad del camino, escucho pasos que venían desde la habitación donde Andreina había entrado, pero no se le ocurría donde podía esconderse, así que simplemente se dejó caer inmóvil al suelo –seguramente recogerán y me devolverán al estante, mi plan esta arruinado, pensó- pensó, mas sin embargo no fue así, vio a una mujer caminando apresurada, y sintió como una pequeña gota cayó sobre él, pero no le presto mucho atención a esto, así que, sagaz, se levante una vez más, y se dirigió hacia el cuarto donde Andreina había entrado, pero se encontraba cerrado, mas sin embargo este no había perdido los ánimos aun, escalo forzosamente la puerta hasta llegar al pomo de la puerta, se asomó por el agujero del puño observo lo que ahí dentro ocurría, podía observar a Andreina acurrucada en la esquina de una cama de gran tamaño, abrazando sus piernas, estaba en bragas y tenía el cabello suelto, pero una sombra voluptuosa iba tapando la luz poco a poco, tapando por completo a la joven Andreina, de apenas doce años, esta otra sombra pronto pudo notar que era la de un hombre, obeso y la única prenda que llevaba era una camisa de vestir, roja y con rayas verticales, era calvo y velludo, el confundido juguete no podía ver su mirada, pero esta era babeante, como ya una vez había sucedido en una triste melodía, este hombre no se parecía mucho a Andreina, en su brazo izquierdo podía apreciarse un reloj de imitación color plateado, sus brazos eran intensamente velludos, y en la mano derecha tenía un cinturón color negro y y de hebilla dorada, que luego de haber gritado fuertes palabras dirigidas a la niña acurrucada en la cama, desenrollo, y de dispuso a golpear a Andreina, Yacambú sorprendido y furibundo por lo que estaba viendo no sabía qué hacer, -¡hombre que te atreves levantarte en contra de dios, dejad el martirio hacia sus querubines de una vez!- grito sin pensar en el riesgo que corría, pero nadie le escucho, tan solo se limitó a ver como Andreina era golpeada una y otra vez por aquel hombre obeso, repugnante, en realidad tenía una gran sensación de impotencia, y un sentimiento de ira, mezclado con una inmensa tristeza, luego de varios minutos, este hombre paro, se dirigió hacia la puerta y le puso seguro para que nadie entrara, ¿ahora que trama?, acto seguido, entre sollozos de la pobre infante, este hombre se acercó, parecía consolarle, pero su mirada, que ahora Yacambú si podía apreciarle con fastidiosa notoriedad, no indicaba ninguna sensación de culpa, remordimiento o de lastima, si no de deseo, sus sucias narices olfateaban poco a poco las piernas desnudas de Andreina, hasta llegar al pequeño calzoncillo, la miro a los ojos y se dispuso a comenzar una vez más su infierno, el infierno perverso de la pederastia, tocando cada una de las partes de su cuerpo de la manera más aberrante que he de existir, excitándose por la atrocidad que estaba cometiendo, Andreina, por su parte, mantenía los ojos cerrados mordiendo una almohada, quizás imaginando algo bello para as creer que estaba en otra parte, en otra vida, compartiendo el gélido deseo de Yacambú, ellos solo querían jugar, solo querían algo bello de verdad, un angelical toque de dioses… imposible, Yacambú paso toda una noche en el infierno, siendo observado por la mariposa, burlándose de él, tan solo de él.

Al día siguiente, Yacambú no pronuncio palabra alguna, sus amigos estaban preocupados por el, y la mariposa negra solo esperaba el irónico resultado de aquella aterradora noche, Andreina aún seguía viendo a s títere preferido, encontrando en su simpleza una belleza cautivadora, pero Yacambú sentía tristeza y lastima al saber la verdad, pero luego de días de fría reflexión, llego a su cálida y valiente decisión, no se quedaría ahí, si no que le ayudaría, pues para eso fue dotado de vida, para hacerle feliz, así bien, elaboro su plan, mientras la mariposa reía.

Su plan consistía en atraer a su madre justamente en el momento en que el abusador estuviese con Andreina esta le viese, deseaba poder hacer más, pero su credo no se lo permitía, y espero pacientemente a que esto ocurriese, espero varios días, ya que por suerte el infierno no se presentaba tan a menudo, y con misteriosos susurros que solo los seres míticos como ellos podían emitir, la atrajo hacia la habitación, y luego de estar anonadada frente a la puerta unos momentos, se dio media vuelta enojada, pero al darse media vuelta tropezó con el valiente títere de ojos de botón, y luego de observarle fijamente unos momentos, con el juguete en mano, dios varios toques desesperados a la puerta, que se encontraba con seguro, Yacambú perdió las esperanzas unos momentos, pero de repente, la puerta se abrió lentamente, como si hubiera un fantasma bienhechor ayudándole, al entrar en mano de la mujer, pudo observar el nauseabundo acto de violación, y a la mariposa posada ahora en la esquina de aquella habitación, la mujer dejo caer Yacambú al suelo debido al impacto de tan perverso cuadro, sollozando, y con trabajos dijo su madre –yo… no lo creía que era cierto porque te amaba, ¡no lo creí!- lo había logrado, fue entonces, que Andreina, a medio desvestir, y con lágrimas en los ojos, corrió hacia su madre gimoteando con emociones confusas de su vida, recogió a Yacambú, le abrazo junto a su madre, libre quizás, libre de él, pero no libre de sí.

La mariposa había dejado de verse rondando por la casa, junto con el conejo inerte, al parecer había vuelto la felicidad, mas sin embargo, Andreina seguía sin jugar con sus juguetes, solo se limitaba a observar a Yacambú, sonriéndole, pero esta vez, se sentía una sensación de libertad, que con el tiempo fue borrándose, el tiempo pasaba frio para los otros juguetes que dejaron de ser partícipes de esta historia, y otro hombre podía verse rondar por la casa no muchos años después de lo acontecido, era el nuevo esposo de su madre, -pero las cosas han cambiado- pensaba Yacambú intranquilo de que la historia se repitiese, pero no… no otra vez, y así pasaron cinco Largos años.

Era la víspera de navidad, la habitación de Andreina había cambiado mucho, al igual que ella, tenía diecisiete años y era una hermosa mujer, ahora se lo dejaba siempre suelto, lucía una ropa completamente diferente, era más alta y poseía una figura atractiva para los hombres, pero Yacambú, postrado entre telarañas en el estante de colores la seguía viendo como la niña que fue ayer, aun veía sus ojos cafés fulminantes, y pese a que ya no le prestaba la atención de antes, estaba feliz de saber que la había hecho feliz y eso le bastaba para seguir naciendo cada día para poder verla desde su mirada de antaño y sus ojos de botón, pero exactamente a las 11:58 PM, una ráfaga de viento irrumpió en la habitación de Andreina, y sin dificultad alguna, entro revoloteando la misma mariposa negra que entro hace cinco años, y otra vez, se posó en una esquina de la habitación, y riendo sarcásticamente dijo: -¿tienes ahora lo que quieres?- Yacambú no le contesto nada por unos instantes, pero después de controlar esa ira que había desarrollado a tan peculiar insecto, le respondió de mala manera, -no tienes nada que hacer aquí, plaga de calamidades-, la mariposa rio discretamente otra vez, -si no tuviera nada que hacer aquí me encontraría en otro sitio- le respondió, -dime entonces espectral aparición que tanta fobia me causas, ¿ha que has venido?-, los dos seres míticos guardaron silencio por unos instantes, y la mariposa le respondió; -justamente ahora, que faltan dos minutos para la media noche, ve a ver a tu amada Andreina a la habitación donde dices tú, fue el infierno, entra y juzga si algo está mal, si es en verdad que este existe, comprueba tú mismo si perteneces a este mundo, Yacambú no enuncio palabra alguna, de un salto bajo del pintoresco estante, observó por varios segundos los ojos de la mariposa, o sus alas que los asimilaban, observo su repugnante presencia que repercutía una intranquilidad infernal, sus alas eran tan negras, tan obscuras y tenebrosas, su presencia era en realidad aterradora, la fobia.

Una vez más se encontraba el títere blanco recorriendo el pasillo, no había ningún ruido, no se encontraba la madre de Andreina en la casa, estaba sola con su padrastro, ¿quizás por eso vino la mariposa? ¿es que se volverá a repetir el vienta de la lluvia eterna?, su paso era lento, temeroso, estaba realmente intranquilo, tenía miedo, la sola presencia de la mariposa lo hacía sentir escalofríos, esta vez se sentía completamente solo, no estaba Michelle ni Abejin para intentar consolarle, estaba solo frente al miedo, solo frente a la catástrofe, se encontraba totalmente solo, frente a la verdad… reflexionando… y abruptamente estas reflexiones se vieron interrumpida por la enorme puerta de madera, le observo atentamente intentando dejar pasar en vano el tiempo, encarnecido a sí mismo por lo inútil que resultaba, y sin más preámbulo, subió hasta el pómulo de la puerta, y en contra de su propia alma, se asomó por el agujero de esta, decepcionado de lo que sus ojos de botón podían ver, Andreina, aquella dulce niña que lloraba, aquella victima abusada de la perversión de su padre, ahora ella asumiendo un papel confuso para Yacambú, esta vez nadie la golpeaba, nadie le obligaba a nada, era ella la que mantenía una relación con sexual con su padrastro, ¿Por qué? Se preguntaba Yacambú, ¡¿Por qué?!, decepcionado por lo que veía, y sin poder apartar la vista de ahí, pregunto a la mariposa; -¿Cuál es tu nombre?- y este finalmente le respondió, -soy el que soy-, el no despertara más, esta frente al terror.

Luis Javier Cervantes del Angel.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Hay mucho ruido.

Hay mucho ruido

Pese a que siempre fui realmente nervioso, mi oído es especialmente sensible, y no es por exaltarme cuando en realidad te expreso que lo soy, escucho cosas que nadie más les presta atención, pese a esto, puedo asegurarte que desde niño poseo un vasto talento musical, que por modestia me cuesta admitir, pero sin tomar en cuenta dicho talento, mi amor por la música era tal, que durante mi estancia en el conservatorio, me abstuve de relación alguna con cualquier otra persona que no fuesen mis maestros, para así gozar del placer que provocaba en mi alma retraída la música de antaño, al interpretar ciertas melodías que me atrapaban de tal manera que el mundo podía acabarse, pero yo seguiría tocando aquel violín, podría estar el universo en cuarentena, pero no repercutiría en mí, sé que afuera hay un colibrí aleteando rápidamente desafiando al viento mientras busca su alimento, penetrando su extraña lengua que asemejaba un fiero reptil hermoso y con plumaje verde, como una esmeralda viva, sé que hay extensos paisajes de mares y amplias estepas siendo recorridas por el caballo salvaje y libre, águilas surcando montañas con esa ávida mirada que les caracteriza, sé que hay peces tan hermosos volando en el agua asemejando un sinfín de criaturas que algún retorcido poeta creo y dio vida, pero sabiendo todo esto, no había placer alguno que me extasiase más que el arte de los sonidos, sin nombre… en silencio.

Esa tarde (como de costumbre, ignoraba como se encontraba pese a que me limitaba a salir solo cuando era abruptamente necesario) me encontraba frente a un atril tocando violín en la sala de mi pequeño apartamento, desaseado, había un sin número de partituras alrededor, las paredes color amarillo lucían un tanto sucias y descascaradas, había una ventana roja de madera, ya podrida por el paso de los años, no recuerdo cual era la pieza que estaba interpretando aquella tarde, lo que si recuerdo fue un abrupto ruido, que, como una bala perdida, o como el graznar de una horrida y decrepita ave, traspasó de oído a oído haciéndome sentir un escalofrió, aunque en realidad el estridente ruido sonaba más como algo realmente pesado caer al suelo, como es costumbre en el ser humano, no pude contener la curiosidad y me dispuse a asomarme por el agujero de mi puerta que dejaba ver lo que al otro lado se hallase. Cautelosamente, como si estuviese espiando un secreto de vital importancia, agudice la mirada y, maravillado, no pude apartar la mirada de aquella majestuosa obra de arte que frente a mi reposaba, ¡oh vaya mujer! Pensé en primera instancia, nunca había visto ninfa tan bella en mi vida, venus que todo pensamiento ocupa ya en mi alma, perfume de diosas, sonata hermosa, simplemente, Berenice.

Reposando junto a la pared, con la mirada perdida, esos ojos realmente obscuros recorriendo lentamente el pasillo era como ver los primeros pasos confusos e inocentes de un ser vivo, su cabello era lacio, tanto que un peine podría deslizarse sin dificultad con tan solo dejarlo caer, su abdomen era pequeño y sus caderas regularmente anchas, sus piernas bien torneadas aunque pequeñas, una joven mujer hermosa, su rostro era particularmente bello, su nariz era pequeña, una mirada cálida semejante a la de un infante esperando un regalo navideño, sus labios no estaban pintados, pero eran considerablemente deseables, sus mejillas sonrojadas y pómulos regularmente anchas, su cara mostraba una expresión monótona ¡que hermosa era! Sin percatarme conscientemente, sentí algo debajo de mi pantalón, hecho que ignore por los pensamientos que me llegaban a la mente, estos deseos que no había sentido aunque aún este a mitad del camino de mi vida, solo poder sentirla, poder pasar suavemente mis callosas manos por su suave piel blanca y poder deleitarme con el aroma de su pelo, sería el mayor grado de éxtasis que podría sentir ahora mismo, de pronto, escuche de súbito un estruendoso chirrido que hizo girar mi cabeza atrás de mí, no pude ver nada más que mi violín recargado tras mío… resuena… sin tomar en cuenta el tedioso ruido que percibí momentos antes, al devolver la mirada hacia la bella mujer que tanta dicha me había hecho sentir, note que había un segundo sujeto en el pasillo, -es el autor del ruido- pensé… el ruido… no alcanzaba a escuchar lo que hablaban, pero sentía que ese hombre vestido de cuero y con vulgar porte, era una mala persona, apreté mis manos intentando retraer esa extraña furia que recorría mi piel, quemando mis sentidos con el deseo de gritarle que se largase de una vez y dejase ya en paz a Berenice, me encontraba realmente nervioso, por mi cabeza pasaban barbaros demonios voladores aproximándose hacia aquel hombre, jinetes calavericos en caballos alados de ojos rojos, ciervos desfigurados pidiendo clemencia en el monte calvo, si podía escucharla, podía escuchar al mismo Modest Petróvich Mussorgsky, el alma de mi violín lo obligaba a tocar, invisible, el viento… ella…

Oh pobre Berenice, si tan solo pudieran entender el inmenso dolor que corroe su espíritu, pero ni siquiera el mismo diablo podría corromper su divino aura, desde aquella tarde en que la vi en el pasillo, durante ya algunas semanas que no pierdo detalle de lo que ella hace, o de lo que me deja ver, aunque solo sean instantes, no pierdo momento alguno para observar por horas la fisura de la puerta, y así ver a mi amada Venus, su vida me era familiar, sus amigas y amigas, era una persona activa o la felicidad que aparentaba tener, pero creo que comienzo a escucharlo, creo que esta celoso, debo cuidarla.

Ya casi serán 3 meses desde que observo los pasos de Berenice, oh por dios, lleva ya casi 2 semanas enteras que la pobre no para de llorar, escucho sus sollozos, que me apena admitir me causan un retorcido placer que no llego a comprender… ¿en verdad?... -¡calla aparato demoniaco!- grite exaltado -Eres tú el autor del ruido- y el callo otra vez, ¿es que acaso esta tan desesperado que cayó en tan irónica vulgaridad?, pero no perdamos el tiempo en ello… oh eh de ahí tu amor… no vale la pena, era ya de noche y esta vez, estaba dispuesto a salir de mi apartamento para dirigirme frente a frente a ella, me peine y me vestí con mis mejores prendas un tanto empolvadas, pero en buen estado, y me dispuse a ver a la dulce dama de cabellos negros, estuve a punto de abrir la puerta cuando escuche otra vez el rechinido infernal que surca mis oídos en dolorosos tiempos de guerra, en lugar de causarme temor, furibundo, me volví hacia el autor del ruido, tome aire y exclame; -¡ser lleno de envidia y sin alma! ¡Dejad de atormentadme de una vez!, ¿Qué no vez que tus patéticos intentos solo demuestran lo errado que estas?- y no escuche más que un absoluto silencio, -¡Diablo o ser espectral!, ¡admite de una vez como te eh ganado esta vez! Pues mi cordura es superior, que tu silencio ensordecedor- replique un poco temeroso esta vez, –¡explica ya tus vanas palabras sin sentido que mi paciencia has colmado!- grite en un ataque de cólera, y sin más opción, el demonio salió de gehena, este ser de ultratumba que conocía ya, no era nada más ni nada menos que el alma que mi violín había adoptado con el tiempo, el deseaba el alma de Berenice, quería adoptar su belleza para sus engaños y salir de una vez de su cárcel de madera.

Con una voz de tonalidad vieja y demacrada, me dijo –mi estimado reflejo, ¿Qué no entiendes que tú mismo te has engañado desde que esta mujer ha aparecido frente a ti?- me dijo relajado – no he hecho más que libertar el alma que, ¡tú!- reafirme –has encerrado en una extraña cárcel de placer-, acto seguido, exhausto, me deje caer sobre el sofá verde obscuro, note que estaba frio, y hacia un ruido extraño, un ruido similar al que hacen algunas paredes, tome aire inútilmente, ya que cualquier palabra que enunciase estaría de mas, así que me limite a mirarle fijamente, pero su pico retorcido, y sus cuernos de carnero me hacían sentir un inmenso asco, su olor era también repugnante, algo parecido a un sushi refrigerado por semanas y quizás ya un poco podrido, tomo su cárcel de madera, y toco una sonata realmente extraña, era una pieza totalmente desafinada, sus matices y compases eran exageradamente variables y me era difícil saber que tonalidad se le acercaba, mas sin embargo su dificultad era evidente, una complejidad extraña, y sin esperar ni un segundo, luego de haber terminado, dirigió su mirada de animal hacia mí, yo, perplejo, embebido en sus ojos totalmente negros, busque abrigo en él, ese diablo soñaba con cosas que no podía comprender, buscaba cierta música que el espíritu del vino no me podía ofrecer, pero, buscando la respuesta en sus ojos, encontraba solo mas celdas bañadas en líquidos similares al petróleo, pero más viscosas y pestilentes, sus ojos eran infinitos, cárceles que contenían más cárceles, una tortura infinita, pero él no tenía intenciones de hacerme daño, sus palabras resultaban reconfortantes y lógicas, mas sin embargo, solo yo podía escucharlas, ¿era yo el elegido entonces? Desde el día de mi nacimiento se me dio este don, escuchar, y ahora este bendito diablo me ha dado un nuevo don, el de la comprensión.

A través de mi ventana podía observar un pedazo del mar, quizás inconscientemente ese fue el motivo por el cual vivo aquí, que curioso, hasta ahora lo tomo en cuenta, yace tan apacible a simple vista, ¿Qué horrores ocultara? se ha presentado frente a mí el poeta retorcido que creo a los peces, esos peces que nos observan ciegos, al igual que nosotros vemos el mar sin poder observar directamente las barbaridades que bajo el ocurren, ellos nos ven, pero dicho poeta me ha revelado al fin, encarneciendo a viejos libros, la fórmula del verdadero amor, y todo se basa en una cosa, aquel sonido que los músicos respetamos más que a nuestras propias madres, a nuestro dios, el silencio mismo, esa siempre fue la clave ¡Gehena en verdad siempre fue mi amigo! Nunca lo dude. Pero basta ya de palabrerías, tengo miedo, solo me resta dormir, y soñar.

Todo estaba preparado, la noche estaba cayendo ya, y Gehena estaba a punto de comenzar a tocar, y tal como los dos planeamos el ritual, le dimos inicio, entre abrí la puerta exactamente a las 9:30 pm, hora en que Berenice regresaba de su trabajo, sabía que era una amante de la música, no una experta en el tema, pero su estado de ánimo le pedía un contacto sensible, contacto que yo le ofrecería, para luego darle el cielo.

Sin más preámbulo, me dispuse a tocar, mi alma unida al diablo, por un momento me sentí como aquel que su espíritu diabólico le inmortalizo en su instrumento, tan zagas en mi interpretación, nunca había sentido tanto placer, al tocar para alguien, y no solo para mí, a mitad de mi pieza, llame la atención de mi próxima Galatea a la que la vida cederíamos, secándose una lagrima, se acercó a paso lento hacia mi puerta, se recargo con una mirada de placer en el marco de mi puerta para terminar de escuchar la pieza que interpretaba, y con una sonrisa placentera y mirada perdida enunciaron sus labios; -fue muy lindo- ¡Oh! Vaya hermosura que es esta mujer, dentro de mi había un sinfín de burbujas intentando subir al cielo, pero debía concentrarme, lo hago por ella, -Es una pieza antigua- le conteste en porte de galán – ¿le conoces?- pregunte –no, pero me pareció muy linda- me respondió entrando a mi apartamento, hasta sentarse junto a mí, dirigiendo sus ojos llorosos directamente a los míos, sin tener idea del motivo de dicha mirada, pero miento en esto, ya que había imaginado el sin fin de posibilidades que podrían o no ocurrir, me conmovió realmente, dudando otra vez las palabras de Gehena, ¡debo ser fuerte!, ¿pero cómo ser fuerte ante la debilidad del amor?... si así es, termina… sí, es cierto, si la amo, debo aislarla del ruido infernal, pero cuando intente apartarme, para comenzar el ritual de lo eterno, ella tomo mi mano en un ágil movimiento y pego sus labios con los míos, esta sensación tan placentera me hizo sentir nuevamente los deseos que imagine la primera vez que la vi, las sensaciones, los olores y colores, y sobre todo el silencio. Atónito, relaje cada musculo de mi cuerpo, pase mis manos entre su pelo al fin, y mientras esbozaba una sonrisa satisfecha, con preguntas revoloteándome la cabeza sobre esta mujer que solo los dioses conocían en realidad, esta misteriosa diosa de ojos azules que turba mis sentimientos y alivia mi corazón, fue entonces cuando demostré el amor que sentía, me aparte de ella mirándola a los ojos, al igual que ella a los míos, desvié la mirada tras suyo, observando fijamente mi violín, sabiendo, y aceptando lo que debía hacer, debajo del verde sillón en el cual nos encontrábamos, sigilosamente, saque un pequeño bate de madera, viejo y tenía apariencia de estar húmedo, le golpee en la cabeza rápidamente, y cayo desmayada, ágilmente la tome en brazos, y comencé el ritual de la eternidad, de la mujer perfecta, fija como una estatua, aunque su cuerpo ahora está lleno de aserrín, sus ojos están vivos, y hermosos, perfectos.

Y ahora yace mi amada Galatea, apreciando eternamente el sonido de mi violín, acompañado de Gehena, yace mi creación perfecta, la mujer del oído más refinado, de la mirada más atenta, de la más exquisita belleza, le eh salvado gracias a mi amor, le eh creado con el cálido deseo del cariño puro, del silencio, eh de aquí la escultura de la eternidad, la perfección, la belleza, la venus, Galatea, simplemente, Berenice.

Luis Javier Cervantes del Angel.

Dibujo; Ilich Gallardo

viernes, 3 de septiembre de 2010

El Vestido azul

Dios ladrón del deseo de tus hijos, incomprensible para nosotros el motivo de tus actos, no sé si llegue a tu reino pecando contra tus leyes. Y renegando a la que nueve meses me llevó en el vientre, espero no molestarte con la pregunta que cargo desde el día que nací, ¿Qué soy? ¿Qué debo ser? mi alma carece de la sabiduría de saber la respuesta a estas dos preguntas que me atormentan como escalofriantes fantasmas bailando sus extrañas danzas alrededor de mí, cantando alegremente sus versos obscuros para confundirme del trayecto de mi vida, júzgalo tú, Ho amigo mío, juzga mi historia y podrás responderme, ¿es culpa de Dios? ¿o es culpa del hombre mismo?.

-¡Te verás preciosa hija mía!-dijo mi madre alegremente luego verme entrar por la puerta de madera vieja de mi casa, mi madre era una mujer obesa de caderas anchas, de piel casi albina y con numerosas pecas que rodeaban sus amplias mejillas, su mirada observaba ambiciosamente mi figura magra de carnes –¡este vestido se te vera divino!-, me dijo sin dejar de observar mi flacucho cuerpo joven, acto seguido, saco detrás de sí un frondoso vestido azul cielo, adornado con encajes muy bien detallados, antes de que pudiese dar un respiro, me tomó agitadamente del brazo para así probarme aquel vestido color del cielo que con tanta alegría me puso, ¡arregló aquí y allá!, y luego de un agitado trabajo de costura, termino de arreglarme aquel bonito vestido azul cielo, y nuevamente, sin darme un solo aliento, balbuceando lo hermoso que se veía “su preciosa hija”, se dispuso a maquillarme con todo su armamento de cosméticos baratos, labios pintados, delineador, un poco de rubor y listo, los mórbidos deseos de aquella mujer de caderas anchas que por madre me designo el destino, había cumplido su capricho extravagante, a lo que gratamente dijo; ¡no hay niña más hermosa que mi hija!-, y sonrientemente observo mi cuerpo de pies a cabeza para por fin agregar a su burdo discurso –ahora… solo hace falta cortártelo-, dijo en un tono bajo, frío y al mismo tiempo burlón, agudizando la mirada, que a mi perspectiva parecía una hiena a punto de estallar en una nauseabunda carcajada, parecía a mis ojos la reina roja esperando a que sus vasallos cumpliera sus patéticos e infantiles caprichos, al termino de tan macabra frase, corrí hacia mi habitación escapando de mis temores, me tire a un rincón a llorar por motivos que tal vez puedan comprender, al paso de unos minutos ya que mis dolores se habían mitigado, me levante de aquel rincón que me servía de guarida contra horrores propios, y a un tiempo lento y suave, me desnude por completo, sentí la suave seda de mis vestiduras recorrer suavemente mi cuerpo al paso de la sensación fría del gélido aire rosando mi piel, sintiendo un inocente nerviosismo que no llegue a comprender a esa edad, cerré los ojos y pose mi cuerpo frente al espejo, di un suspiro profundo y abrí lentamente los ojos hasta poder observar mi imagen en el espejo, lo que vi no fue más que una figura sin senos, pelo castaño, un rostro aun maquillado y algo corrido debido a mis lagrimas, huesos delgados cubiertos por piel blanca, ojos cafés, y un pene… si, seguía siendo un niño, la niña preciosa de mama.

Pasaron varios años desde aquel tétrico día del vestido azul, aunque, a decir verdad, varias noches ese vestido aparece en mis más temibles pesadillas posado frente a mí como un objeto inanimado, sin querer suponer lo que ello traería consigo, rompí aquel vestido que tanto temor me causaba claro está, mi madre se enojo mucho conmigo aquella vez, incluso me golpeo, pero creo que valió la pena, de igual manera, fue hace mucho. Estaba ya en el ocaso de mi niñez, dando paso a la primavera de mi adolescencia, recuerdo bien esa noche de agosto, recuerdo que fue la única vez en que no pude dormir, pero al contrario de otras noches en que no lograba conciliar el sueño debido al llanto y al miedo, esta vez estaba ansioso,era si como se abriera la puerta al paraíso dando paso a una nueva vida de felicidad y amigos que me querrían como soy, oh si, esa fue una de las contadas veces en que me sentí feliz en verdad, por aquellos días tenia esperanza, quería vivir, era, y en cierta forma, es mi mayor anhelo.

Oh hermanos míos que me acompañan en mis más profundos desahogos, si supieran lo que aquellos días conllevaron el deseo de conocer un amor puro, las semanas próximas de la llegada de las clases se hacían casi eternas y la ilusión inconsciente de amor se hacía cada vez más intensa, incluso parte de mi pudo llegar a olvidar a mi madre, que me apena aceptar que la veía con asco, sin ningún cariño, deseando ávidamente su desaparición total, pero tampoco le deseaba daño alguno, solo deseaba que no estuviera ahí de alguna forma, pero, olvidemos esos inmorales pensamientos, ya había llegado el día prometido por la dicha del destino, el día de benevolencia absoluta, de una vida bienhechora, que mas adentrado en ella, me decepcionaría tanto.

No sabría como describirles la profunda depresión en que me sumergió conocer la naturaleza de las personas, podía ver en sus actos, en sus miradas y en sus mismas palabras lo podrido de sus almas, sus jóvenes y aun insensibles almas eran muy diferentes, pero todas estaban unidas por algo, ignorancia, pero no una intelectual, si no una ignorancia que resultaba realmente nauseabunda, que me hacia exasperarme en una cólera inmensa, y al mismo tiempo, entristecerme casi tanto como recordar los aterradores recuerdos que mi madre me dejo, había algunos que pese a la felicidad de la que presumían gozar, deseaban mal a las personas que nunca le hirieron, había otras que desaprovechaban el bien que se los otorgo al nacer, u otras que simplemente negaban ver mas allá de lo que sus ojos podían ver, así simplemente, no pensando.

Pero de entre obscuras selvas de cruel morbo y cazadores sin alma encontré a la dama que tanto había anhelado encontrar ¡Sofía por los ángeles llamada! Alma benefactora, musa que enriquece mi alma de figuras bellas y hermosas poesías, aquella mujer que con tanto fervor deseaba encontrar por fin se presentó ante mí, atrapándome con su cautivadora belleza, una personalidad tan única y sagaz que me alegraba tan solo verla, solo tenía el inocente deseo, de por primera vez saber cómo sería rozar mis manos por su pelo negro y corto, su piel ligeramente morena adornando la fauces de mi aura, deseaba sentir sus manos tomada de las mías y saborear sus labios sin ningún morbo y así sentirme amado en verdad sabiendo que soy capaz de darle mi amor a una mujer sobrada de buenas intenciones.

No deseo hacerles perder el tiempo, porque a decir verdad, no quisiera agobiarme más, puesto que, aunque los sucesos que relatare en esta parte de la historia, son los únicos sucesos felices de mi vida, no hay nada más dolorosos que los recuerdos felices en tiempos de tormenta, pero me enorgullezco de presumir que goce de felicidad aunque sea una vez en la vida, proseguiré entonces, el amor que sentía por Sofía crecía cada vez más, y me limitaba a observarla y fantasear en las lejanas posibilidades de poder cumplir estas, escribía diversos pensamientos intentando crear poesías, pensamientos que me costaba admitir eran realmente bellos, por cierta modestia, aunque muy en el fondo sabia que lo eran, día tras día quedaba hipnotizado observando sus ojos cafés y su mirada alegre, sus movimientos no eran pada nada bruscos, eran suaves y sagaces, hasta que un buen día, ella se acerco a mí, acción que me puso profundamente nervioso, y en un muy corto plazo, se volvió mi amiga, era graciosa, y muy cómodamente conversadora, tenía un personalidad y tolerancia única, en cambio, por mi parte, era tímido y resultaba difícil entablar una conversación conmigo, en cambio ella me hacia ser diferente, pero aun me sentía limitado, Sofía, era de mediana estatura, al igual que yo, su piel era ligeramente morena, tenia facciones suaves, mirada segura, senos algo desarrollados para su edad, cabello lacio no muy largo que le hacía ver preciosa, sus manos eran muy suaves y se helaban con gran facilidad, su rostro de hechura redonda era tan linda que no le hacía falta el maquillaje que hacía parecer repulsivamente payasescas a muchas mujeres, era sin duda el ángel de la nueva vida.

Una buena mañana inesperada, decidido y con las agallas tan puestas como aquel día e que destruí el objeto de mis temores, le confesé mi profundo amor, a lo que para mi sorpresa, ella correspondió.

Fueron 2 meses de júbilo total, y amor puro, cumpliendo yo todas mis humildes fantasías recibiendo el cariño que por varios años desee con paciente fervor, durante ese tiempo me porte rebelde con mi madre, pero yo era feliz y le presumía impertinentemente lo feliz que era, siendo varias veces golpeado por ella, desmoralizado por sus palabras, y aun asi, me sentía feliz, creía que era más intenso el amor que sentía por mi amada Sofía, y así era, oh hermanos míos, con un gran alborozo recuerdo aquel día, en que en un desborde de pasión hicimos el amor los dos por primera vez, fue la única que vez en que me sentí amado, aceptado y me sentí al mismo nivel que Sofía, me sentí un hombre aquella vez que puedo decir que la ame, pero también debo decirles, que fue la última.

Durante aquellos días de libre albedrio en mis acciones y sentimientos de júbilo, mi vida solo rodeaba en torno a Sofía, pero durante las vacaciones ella salió de viaje, y sosegado le espere, como caballero en un calabozo, espere pacientemente su llegada encerrado en mi casa con el ogro al lado mío, asechándome con una mirada enfurecida, hasta que llego aquella noche lluviosa de agosto, la maldita noche de agosto.

Ese día mi madre había llegado con un hombre a la casa, cosa que me era ya natural, pero a diferencia de otra veces, ese hombre me miraba de forma muy extraña, tenía una apariencia realmente asquerosa, y de su piel sudada podía percibirse un aroma a cerveza quemada, mi madre le indico a este hombre que entrara a su habitación, a lo cual este accedió, mi madre le siguió enseguida, y mientras esta entraba su mirada se quedaba perpleja en mi mientras sus ojos parecían agujas expresando meramente un confundido placer.

Pero, ¿para qué tomar en cuenta esos detalles? ¡Sofía llegaría justamente esta noche! Y para mañana la tendría ya entre mis brazos y podría amarla otra vez, lentamente cerré los ojos embebido en el recuerdo de la imagen de mi ángel amado.

Entonces, como una fugaz saeta escuche de súbito un golpe seco, acto seguido, sollozos, salte de mi cama alarmado sin poder moverme, y entonces, vi aquel hombre entrar por la puerta, aun más sudado, y con la mirada puesta sobre mí, fue entonces cuando note que aquel sujeto se aproximaba hacia mí, y fue cuando perdí la razón, y olvidando todo aquello porque creía vivir, cuando pude recobrar el conocimiento de lo que estaba haciendo, vi que ese hombre emitía gemidos agudos y que resultaban enfermizos, dándome cuenta pues que estaba manteniendo sexo oral con aquel hombre, y me estaba provocando placer, y aun mas, sentía vergüenza al recordar el amor que sentía por Sofía de un brinco me aleje de aquel hombre, mientras este extasiado mantenía la mirada perdida por la habitación, mi respiración era agitada y mis pensamientos daban vueltas sin cesar buscando una explicación de cómo había podido caer así en un cambio tan promiscuo que me parecía tan aterrador, y como un demonio tentador, en mi cabeza escuche la voz de mi madre que me decía ¨córtaselo¨ y así lo hice, complací el mórbido deseo de mi madre, mientras yo aterrado, veía como aquel hombre gritaba y se desangraba, ensordecido por aquella escena, Salí corriendo veloz mente hacia donde se encontraba Sofía, mis lagrimas brotaban confundiéndose con los de la lluvia y mi respiración agitada se convertía en la tos de un fumador decrepito, ella no estaba, llegaría, era lógico, pero mi mente estaba confusa, así que a paso lento y a pensamiento lerdo, regresé a mi casa, con toda tranquilidad, y con la mirada gacha entre por aquella puerta de madera vieja, busque la habitación donde estaba mi madre, dispuesto a perdonarla, si, perdonar toda causa de mis desgracias, pensaba que merecía mi perdón, pero el cuadro que encontré, me pareció tan aterrador, decepcionante y tonto, era no más que una mujer obesa, semidesnuda mostrando sus decaídos dotes de lo que alguna vez fue una persona, lloriqueando, y con un objeto estremecedor en sus manos, ¡ese maldito vestido azul! ¡Lo había remendado! Sin detenerme a pensar, cerré la puerta, tome una soga, y aquí estoy hermano mío, a punto de suicidarme por los horrores vividos a lo largo de mi vida, escribiendo estas últimas palabras deseando que alguien se conmoviera por esta historia, ¿Qué? Oh, ya puedo verlo, puedo por fin encontrar la respuesta que tanto busque, y al fin recapacitar, a punto de llegar a la soga que daría fin a mi vida, mi ángel conmovedor entro, sin juzgar todos los errores que cometí aquella noche de agosto, ella, sin decir una palabra, aprovechando el silencio, me tomo de las manos, me beso, y me dijo ¨eres un niño¨ le dedique una sonrisa, me levante, y camine con ella, dando el ultimo paso hacia la puerta de madera vieja.